Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1872 (2ª) (Cortes de 1872)
Sesión: 3 de junio de 1872
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 29, 594 a 596
Tema: Indulto de Amorebieta

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes Mateo): Ya sabía yo, y sabían también todos los Sres. Diputados, que nuestros compañeros los republicanos eran apasionados y eran intransigentes; pero lo que yo no sabía, y de seguro no presumían siquiera los Diputados, es que los republicanos fueran también inocentes. Ahora, sin embargo, resulta que los carlistas eran unos benditos que habían aceptado sin reservas la legalidad revolucionaria, que para eso vinieron al Congreso después de acudir a los colegios electorales, que habían prescindido en absoluto y por completo de sus ideas de conspiración y de sus propósitos de rebelarse contra la legitimidad que las Cortes Constituyentes establecieron. Noticia nueva que sólo tienen los republicanos del Congreso, y que no creerá fuera de aquí ningún español.

Yo siento que nuestros compañeros los republicanos, que aunque de ideas contrarias y opuestas a las mías, obtienen mi estimación, siquiera ellos no lo crean; yo lamento, señores, que los republicanos produzcan esa extrañeza a las gentes, y sobre todo que den que reír a los carlistas, porque, no lo dudéis, cuando los carlistas hayan oído al Sr. Abarzuza y al Sr. Pí y Margall, ¡cómo se habrán reído de S. SS.!

Señores, ¿quién ignora que ese partido tenaz no ha cesado ni un solo instante de conspirar para rebelarse en armas, antes y después de la revolución? ¿Quién ignora que desde el último descalabro que recibió hace dos años, está preparando sus trabajos, y que si no se rebeló el año pasado fue por la disidencia ocurrida entre los que se llaman cabreristas y los que, no son cabreristas? ¿Quién desconoce que a pesar de esas diferencias, los que no se llaman cabreristas siguieron conspirando y levantando empréstitos, y acumulando recursos, y procurándose elementos para realizar la sublevación precisamente en este año, y antes, si antes hubieran podido?

No hay nadie que lo ignore: sólo lo ignoran los republicanos del Congreso. Pues qué, Sres. Diputados, ¿acaso han ocultado los carlistas sus trabajos? ¡Pues si los han hecho a la luz del día; pues si han tenido su junta de armamento; pues si han convocado y celebrado sus reuniones en el extranjero; pues si han levantado empréstitos; pues si han hecho todo lo que es necesario para preparar y facilitar una gigantesca sublevación; pues si ellos publicaban en los periódicos un documento muy notable y célebre en que el Pretendiente, a nombre de la civilización, en que ¡desgraciado! en que reclamaba ante la Europa el honor de mandar la vanguardia del ejército de . . . (Aplausos.)

(Un Sr. Diputado de la minoría republicana dijo algunas palabras por lo bajo.) ¿Simpatiza también S. S. con el Pretendiente? (Se cruzan varias contestaciones entre la mayoría y la minoría, y el Presidente llama repetidas veces al orden. ) Pero los republicanos, que aun a propósito de la sublevación carlista han de atacar al Gobierno, y sobre todo al Gobierno anterior, y especialmente a su Presidente, pretenden indicaros que los carlistas se hubieran estado quietos, hubieran continuado en la Representación nacional y hubieran entrado definitivamente en la legalidad revolucionaria, sin las violencias y las arbitrariedades de que el Gobierno viene usando; quieren, por fin, demostraros que en protesta de estas violencias y arbitrariedades ha sobrevenido esa sublevación, en la cual ni aun remotamente pensaban los señores carlistas.

¡Violencias y arbitrariedades! No es extraño; tienen los carlistas tal amor a las instituciones que el país se ha dado, que no han podido sufrir con calma que el Gobierno faltara a ellas. ¡Pues si han estado haciendo todo lo que podían para que el Gobierno las infringiera o las olvidara! ¡Pues si su sistema, sus propósitos no han sido otros que desacreditar estas mismas instituciones! Pues qué, ¿no lo sabe, no lo ha visto la España entera, dentro y fuera de este recinto? ¿Qué les importaba a ellos que el Gobierno las hubiese desacreditado, si ese era, por el contrario, el más preferente de sus objetos?

¡Violencias y arbitrariedades! ¿Qué violencias y arbitrariedades ha cometido el Gobierno con los carlistas, si no ha tenido para ellos más que clemencia y benignidad? Esta es, Sres. Diputados, la tercera vez que los carlistas se sublevan después de la revolución; y sin embargo de ser la vez tercera que se sublevan, ¿qué ha hecho el Gobierno con esos tenaces y con esos constantes perturbadores del sosiego público, que quizás están ya preparando la cuarta sublevación? ¿Qué ha hecho? Dos amnistías van ya; al poco tiempo de haberse sublevado, se han dado las dos amnistías, y los mismos amnistiados una y otra vez han salido al campo a la cabeza de sus partidas para perturbar con ellas un sosiego que el país reclama con ansia.

¡Violencias y arbitrariedades! ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿En qué sentido? ¿Si será que los carlistas son tan amantes del partido republicano, que hayan querido protestar de esta manera contra las arbitrariedades y violencias que los republicanos suponen que contra ellos se cometen? No. Todo el mundo sabe muy bien cómo venía trabajándose la conspiración carlista, y el Gobierno que presidí, desde su advenimiento al poder, la seguía paso a paso, con el dolor de ver que iba cada día en aumento, inspirada como se hallaba por un sentimiento religioso mal entendido.

En algunas provincias, en casi todas las de nuestra España, en casi todas las de España, logró el Gobierno paralizar los trabajos que a este efecto venían preparándose, y aun destruir los elementos que para este fin se acumulaban; pero no pudiendo el Gobierno adoptar ninguna medida preventiva, reducido también a muy limitados recursos, sus esfuerzos no producían gran resultado en las Provincias Vascongadas y en la de Navarra, por su proximidad a la frontera, por la espesura de su suelo, y más que por la proximidad a la frontera y por la espesura de su suelo, por el fanatismo de la inmensa mayoría de los que habitan el campo en aquellas provincias. Pero llegó el mes de Marzo, y yo no sé, aunque bien lo presumo, yo no sé si por consecuencia de los propósitos que los carlistas de antemano tuvieran, o como consecuencia de la coalición, en la cual vieron los carlistas, además de un pretexto para sus planes, un escudo que defendiera sus movimientos revolucionarios, los trabajos de la conspiración carlista, descubiertos a través de los trabajos electorales, se vieron con tal vigor y aparecieron con tal actividad, que el Gobierno temió un inminente peligro. El Gobierno entonces, en [594] la evidencia que tenía del levantamiento carlista, pensó adoptar algunas medidas, que ya que no le evitaran, por lo menos le debilitasen en su misma cuna; pero los colegios electorales habían sido convocados, las elecciones estaban próximas, y el Gobierno veía además atadas sus manos por la coalición de los tres partidos.

Temía en efecto, y temía con razón el Gobierno, que cualquier medida tomada contra los carlistas se considerase también, como adoptada contra los demás partidos que a ellos se habían unido, interpretando o explotando todos aquella resolución como una medida de arbitrariedad y de violencia. En esta situación pusisteis al Gobierno con esa coalición mal llamada nacional; colocasteis al Gobierno en la terrible necesidad de cruzarse de brazos, y de que no pudiera emplear más medios que aquellos que no se ven, ni otros recursos que aquellos que no se sienten, recursos y medios que están en el deber de emplear todos los Gobiernos para contrarrestar los misteriosos trabajos del enemigo, que tampoco se ven ni se perciben.

Gracias a estos medios y recursos, pudieron destruirse ciertos elementos con que contaban los carlistas, elementos en los cuales ellos tenían grandísimas esperanzas, y elementos que durante algunos días inspiraron cuidado al Gobierno; elementos que se destruyeron parcialmente en las Provincias Vascongadas y en la casi totalidad de nuestra España; porque la sublevación ha quedado reducida á simples conatos de sublevación, allí donde tenían grandes esperanzas, allí donde contaban con grandes elementos; y se destruyeron, señores, gracias a los recursos empleados por el Gobierno, para lo cual ha servido ese crédito que se quiere suponer gastado en las elecciones. Durante las elecciones se gastó en efecto una parte de él; pero no en trabajos electorales, sino en otra clase de servicios que preocupaban más al Gobierno, y que le importaban más al país; porque no eran sólo los carlistas, Sres. Diputados, no eran solo los carlistas los que querían encubrir sus trabajos revolucionarios con los trabajos electorales; otras conspiraciones estuvieron a punto de estallar, y no estallaron, gracias a los recursos, a los medios y a los esfuerzos que el Gobierno con la mayor vigilancia ha realizado. Pero a pesar de estos medios, la sublevación carlista tuvo lugar en las Provincias Vascongadas (ya que en las demás ha quedado reducida a conatos), y estalló con una fuerza de que no hay ejemplo desde 1833, y no menor que en aquella época, principio de una guerra civil que por espacio de seis años desoló y dejó exhausto a este desgraciado país. Con tal experiencia, el Gobierno no podía descuidarse ni dar poca importancia a aquella sublevación, y procuró mandar por de pronto una gran parte de las pequeñas fuerzas de que por el momento podía disponer, y al general que en estos últimos tiempos ha alcanzado merecidamente las más altas posiciones del ejército. ¿Qué instrucciones llevaba esto general, qué órdenes se le trasmitieron, ya que este punto da margen a uno de los cargos que constantemente se vienen haciendo al Gobierno anterior?

Señores Diputados, cuando se trata de una guerra regular, entre ejércitos regulares también, cuyos medios se conocen, cuyos movimientos se pueden prever, cuyos puntos de encuentro se pueden determinar, caben instrucciones previas, concretas y detalladas: cuando se trata de una guerra irregular, de una lucha de partidas escudadas por las escabrosidades del terreno y por la espesura de los montes, que se manifiestan o se ocultan, que aparecen o desaparecen, que se funden o se dividen, no hay medio de dar instrucciones previas: las instrucciones son del momento, dependen de las circunstancias; se subordinan á la localidad, y las instrucciones que por la mañana podrían producir un gran resultado, quizá por la tarde darían un resultado funesto.

En tales circunstancias, pues, tratándose de un país próximo a la situación central del Gobierno, no cabe hacer otra cosa que designar un general en quien se tenga completa confianza, ofrecerle los recursos que pueda ir necesitando, y decirle, como el Gobierno dijo al Sr. Duque de la Torre: " A vencer pronto, y a vencer a todo trance."

El general en jefe partió, dirigiéndose al punto que ofrecía más peligro, a Navarra, y gracias a sus rápidas e inteligentes disposiciones, gracias al denuedo de nuestras tropas y al patriotismo de los voluntarios de la libertad, las facciones de Navarra y de Guipúzcoa fueron en breve arrolladas. El Pretendiente en cuyo nombre se quería encender la guerra civil, el Pretendiente huyó cobardemente a la vista de la columna del bizarro general Moriones, al rincón de donde no debe salir jamás, dejando abandonados a aquellos a quienes comprometió con su insensata esperanza. Pasó enseguida el Duque de la Torre a Vizcaya con sus tropas, y apenas comenzada la campaña bajo su dirección, con el comportamiento nunca bastante aplaudido del bataIlón de Mendigorría, empezó la descomposición de aquellos rebeldes, salvando unos la frontera, ganando otros las costas, y presentándose muchos a los alcaldes de los pueblos y a los jefes de las columna. En tal estado, precisamente el mismo día que se iniciaba la crisis ministerial aquí, se recibió un despacho telegráfico del cuartel general, en el que el general en jefe anunciaba que unos emisarios querían conferenciar con él para tratar de la rendición de los rebeldes y de los puntos donde debían entregar las armas.

Esto es lo único que sabia el Gobierno anterior, porque desde este punto hasta su desaparición del poder no ocurrió ninguna otra novedad notable: por consiguiente, aquí debería terminar; pero ya que estoy de pie, debo también decir algo respecto del importante debate que hoy ocupa al Congreso.

Lo que hay que examinar en él, Sres. Diputados, son dos cuestiones distintas. Primera cuestión: ¿el general en jefe tenía facultades extraordinarias de indulto? Y dadas esas facultades, ¿el general en jefe ha obrado de la manera que aconsejaban los intereses del país y que exigía el más acendrado patriotismo? Estas son las dos cuestiones que yo voy a tratar brevemente.

Para mí no cabe duda alguna en la primera. Un general en jefe de un ejército en guerra tiene derecho para adoptar el indulto, ya sea como recurso para debilitar al enemigo, ya como medio de hacer que entre en sus filas la perturbación, o ya para no hacer interminable la guerra: sin que estos indultos tengan nada que ver con los indultos a que se refiere la Constitución del Estado.

Señores, cuando se fía al éxito de la guerra la suerte del país, cuando a sangre y fuego se resuelven las cuestiones, cuando todo depende del valor, de la fuerza, de la astucia, de la pericia de los combatientes, no puede haber entre estos otras leyes que las de la guerra, dentro de las cuales, aquellos que son responsables del éxito de la lucha, tienen, y no pueden menos de tener, facultades extraordinarias que no se relacionan [595] para nada con las facultades que se desprenden de las leyes comunes. Desde el momento, señores, en que la ley de la fuerza es árbitra entre los combatientes, no hay duda ninguna, desaparece la fuerza de la ley; y para vencer en propia defensa, para sacar triunfante la causa que se defiende, los encargados de la dirección de los ejércitos en guerra están autorizados a hacerlo todo, absolutamente todo, hállese o no dentro de las leyes comunes, con tal que esté dentro de las leyes de la guerra, que, como las leyes del honor, sin estar escritas en ninguna parte, en todos los países civilizados se cumplen.

Yo, señores, no creo deber decir una palabra más sobre esto; creería ofender la ilustración de todos los Sres. Diputados.

Queda el segundo punto. Dadas esas facultades, ¿han sido empleadas por el general en jefe de la manera que aconsejaban los altos intereses del país y como exigía el más puro patriotismo? Señores, cuando el Gobierno vio cómo comenzaba la sublevación, temiendo que tomara un incremento que fuera después difícil de destruir, queriendo evitar a todo trance la guerra civil, viendo las pocas fuerzas de que podía disponer (y aun esas, gracias a los esfuerzos que no agradecerá bastante el país, de nuestro compañero el Ministro de la Guerra Sr. Zavala), pensando el Gobierno que podría suplir hasta cierto punto la falta de tropas en aquellos primeros momentos con la presencia de un general de gran prestigio y reconocida autoridad, el Ministerio acudió con cierto recelo al Sr. Duque de la Torre.

Cuando yo supe que el Sr. Duque de la Torre no sólo no había tenido inconveniente en aceptar tan espinoso cargo, sino que con gusto se disponía a marchar al frente de un número de fuerzas que cuando más corresponden al mando de un brigadier, admirado de tanto patriotismo, fui a verle y le dije: " Mi general, no conozco un sacrificio mayor que el que Vd. realiza aceptando la misión delicada que el Gobierno le confía; no va Vd. a una gran guerra, no va Vd. a dar grandes batallas, ni va a tener ocasión de lograr ruidosas victorias que hagan desaparecer los errores y las incorrecciones consiguientes a toda campaña, y que hagan acallar las críticas de tantos como presumen de achaques de guerra; va Vd. a emprender una guerra irregular, una guerra informe, en que unas veces ha de aparecer el enemigo en los profundos abismos de los valles, y otras en las peladas crestas de los montes, pero siempre apareciendo y desapareciendo como las figuras de un cuadro disolvente: en tal guerra poco tiene que ganar un general en jefe; pero Vd. que ya cuenta tanto ganado, tiene mucho que perder; yo vengo a dar á Vd. gracias por tal sacrificio, en mi nombre, en nombre del Gobierno y en nombre del país." Y el Duque de la Torre me contestó:" Ya lo sé; ya veo las dificultades que tiene la empresa; pero así y todo, la acepto con gusto; la reputación que yo haya podido alcanzar en servicio de mi país, a mi país la debo: si por mi país la pierdo, me quedará el consuelo de haber llenado el más penoso deber que le es dado cumplir a un soldado en aras de su Patria."

Señores, quien de esta manera noble se conduce, quien está dispuesto a sacrificarse en aras de la Patria, quien se olvida de sí mismo por su país, ¿no merece el respeto y la gratitud de sus conciudadanos? Respeto y gratitud merece, pues, el general Serrano, y los merece también el indulto de Amorebieta, acto generoso y noble en que un militar valeroso aficionado a la guerra, porque en ella no ha alcanzado más que triunfos y gloria, se olvida de sus impulsos militares, y enfrente de un enemigo siempre vencido, se acuerda de que es español, de que son españoles los combatientes, y prefiere, antes que destruirlos por la superioridad de sus fuerzas, inhabilitarlos por la inmensidad de su clemencia. (Aplausos.)

Yo voy a ser franco con mi amigo el Sr. Abarzuza, que al parecer me tiene por su pesadilla; yo voy a decirle a S. S. que si el documento de Amorebieta hubiera venido a mis manos como Gobierno para su aprobación y tal cual está redactado, quizás no le hubiera prestado mi aprobación; pero después de las explicaciones dadas por el general en jefe, después del carácter que tienen los indultos y los documentos que suscribe el general en jefe, yo le doy mi aprobación con más gusto que si hubiera sido duro y cruel para los enemigos.

Cuando los Gobiernos tienen la desgracia de tener que combatir una sublevación, deben proponerse dos cosas: primero, terminarla; segundo, imposibilitar, en cuanto sea dable, su repetición. Por el indulto de Amorebieta quedó cumplido el primer objeto; y si algo falta a ese indulto para que se realice el segundo objeto, al Gobierno incumbe más especialmente llenar el vacío para su completa y segura realización: si el Duque de la Torre, llamado por el Gobierno como general en jefe ha llenado su deber con generosidad, el Gobierno debe completarlo con completa severidad.

Del Gobierno, de nosotros, Sres. Diputados, depende que ese partido, siempre vencido, pero nunca resignado, que se ha constituido en eterno perturbador del sosiego público, o se resigne o desaparezca. Tenga, pues, el Gobierno valor para proponer, tengámoslo nosotros para aprobar sin consideración alguna todas las medidas que tiendan a hacer pesar los sacrificios de la guerra sobre aquellos que periódicamente la promueven; que se encaminen a arrancar el germen de fanatismo que corroe las entrañas de algunas de nuestras provincias del Norte; que levantando, protegiendo y defendiendo el espíritu liberal en aquellas comarcas, reduzca a la impotencia a esos malos españoles, que en cambio de los beneficios y de las libertades que España entera a expensas de todos sus habitantes les consiente, quieren imponer a toda España el absolutismo, y la obligan periódicamente a dolorosos sacrificios.

Basta ya. Ningun país puede vivir con la perspectiva de una sublevación cada año; cuantas medidas adopte el Gobierno, por enérgicas y severas que sean, sobradamente juzgadas están; que no hay nada que el Gobierno no pueda y no deba hacer para dar al país la paz que necesita, que está reclamando la voz en grito, y que tiene derecho a disfrutar. (Aplausos.)



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